La desfachatez machista by María Martín Barranco

La desfachatez machista by María Martín Barranco

autor:María Martín Barranco [Martín Barranco, María]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2023-10-01T00:00:00+00:00


Y ahí están, de nuevo, las brujas, la acusación de quema de brujas, las feministas convertidas en inquisidoras, las que se dejan engañar por hombres que declaran «soy machista» (porque somos diabólicas y a la vez lerdas y necesitamos que un señoro nos advierta y proteja), la referencia y apoyo en otro peneportante ilustre. Aparece, además, el desprecio a los hombres que se posicionan cerca del feminismo. ¿Recuerdan aquel «solo es posible imaginar algo peor que un hombre feminista: la mujer barbuda» de Vicente Verdú en 2004? Vean ahora la diferencia aparente de discurso entre Sostres y Olmos, ambos del 75, y cómo, en el fondo, el relato que fluye es idéntico.

Lo es hasta en artículos que pretenden entender la posición del feminismo como elemento político y el peligro de uso interesado, algo que desde el feminismo olvidamos tantas veces. Un artículo en El Confidencial del periodista y analista político Esteban Hernández decía: «Hay diferentes maneras de afirmar que se defienden los derechos de la mujer y a veces incompatibles. Por ejemplo, hay un feminismo de clase alta que pretende […] que exista más acceso de las mujeres a cargos de relevancia, en la empresa y en la sociedad, pero que se desentiende del resto de cuestiones».

Solo hace feminista el trabajo expreso por la abolición de todas las opresiones de las mujeres: el género en todas sus manifestaciones (estereotipos, roles, separación de espacios y tiempos, brechas) y las explotaciones sexual y reproductiva (lo que incluye trata, prostitución y los —mal llamados— vientres de alquiler). Si no, no es feminismo. Pueden venir Reverte, Munilla, Sostres y Arcadi Espada a decirte feminazi, feminata, hembrista o ideóloga de género. Pueden llegar Echenique, Escolar, Errejón e Iglesias a decirte putófoba, odiadora o tránsfoba, que no bastarán. Y no, no soy yo quien reparte carnets de feminismo. Si no quieres esas reglas del juego, simplemente, ese no es tu club.

Soto Ivars lo intuía y adelantaba lo que se convertiría cinco años después en titulares, para que veamos hasta qué punto la transversalidad machista es mucho más efectiva que la feminista (que ni con una ley que la promueve desde 2007 se ha conseguido). Aquí se les va calentando el hocico y te planta el ideario un presidente del Gobierno en prime time, ahí es nada. Pero por ahora estamos con Soto: «Ser hombre puede convertirse en una mezcla de deferencia incómoda, peloterismo lacayo y ganas secretas de despotricar», lo afirmaba en «¿Por qué me violenta el feminismo?». «El motivo es que las mujeres emparejadas con progres se han hartado de vivir con vagos y reclaman una auténtica paridad». No va tan mal, pensarán. ¿No hemos aprendido aún que es solo el azúcar para la píldora que nos dan, como Mary Poppins? Fijémonos en el uso del verbo: violentar. En un país en el que la violencia contra las mujeres ocupa portadas a diario, que él se sienta molesto por tener que revisar su conducta es insinuar que su incomodidad y nuestras violencias son similares y fruto de una misma causa.



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